El streaming ha revolucionado la música, aunque en función de cómo sea esa música su objeto se ha sentido con fuerza, de forma superficial o prácticamente ha pasado sin pena ni placer. Poco tiene que ver por ejemplo el consumo de pop, rock o hip-hop en plataformas como Spotify o Apple Music con el de dance o la música latina, clásica o jazz. De todos ellos de hecho, este extremo es el que parece ocurrir apurado una huella más discreta en las plataformas de streaminmg.
Los datos son claros. Y elocuentes.
¿Cuál es el telón de fondo? El streaming se ha dejado comprobar con fuerza en el sector. Los datos de IFPI, la Asociación de la Industria Fonográfica, muestran que en 2022 el mercado mundial de la música grabada creció un 9%, incremento que la ordenamiento relaciona de guisa directa con el acrecentamiento registrado por los servicios de streaming de plazo. «Los ingresos por suscripción aumentaron un 10,3% hasta los 12.700 millones de dólares y a finales de 2022 había 589 millones de usuarios de cuentas de suscripción de plazo», explican desde el organismo.
Si se tiene en cuenta el streaming total, que incluye tanto el negocio de los abonados como el de la publicidad, el incremento es veterano: llega al 11,5% y alcanza los 17.500 millones. No es mal porcentaje si se tiene en cuenta, tal y como recuerda IFPI, que supone «el 67% del total de ingresos mundiales por música grabada».
¿Y otras fuentes? El crecimiento del streaming es facundo. Sobre todo si se tiene en cuenta que otras áreas registraron alzas además, pero asaz más discretas: los ingresos por derechos físicos subieron un 4% y los de derechos de ejecución un 8,6%, lo que les permitió retornar a niveles prepandémicos.
A modo de relato Statista recoge que la facturación de la industria musical en vivo a nivel mundial alcanzó en 2019 los 28.560 millones de dólares y —tras el caída de la pandemia— se dilación que superen en 2025 los 30.600.
¿Manejamos más datos? Las tablas de Statista permiten descender al detalle y sacar alguna recital a mayores. Según sus datos, los ingresos de streaming musical a nivel mundial pasaron de al punto que 100 millones de dólares en 2005 a 2.800 en 2015 y 17.500 el adiestramiento pasado, un crecimiento sostenido y pronunciado. En el caso de la industria española el acrecentamiento es además palpable: el año pasado la música grabada aportó a la industria doméstico unos 340,3 millones de euros a través del streaming. A la hora de calcular la sigla se incluyen las suscripciones y la publicidad.
¿Alega toda la música igual? No. Esas son las cifras a trazo craso. Si se analizan los diferentes tipos de música se constata que el impacto del streaming dista mucho de ser homogéneo. Para comprobarlo llega con echar un vistazo a los datos recabados por Luminate sobre un indicador fundamental: el porcentaje que representa cada naturaleza sobre el total de reproducciones registradas a lo dadivoso de 2022 en EEUU a través de Spotify, Apple Music y otras plataformas.
El resultado acaba de publicarlo Bloomberg: a la comienzo se encuentra el R&B y hip-hop, con un 28,7%, seguido del rock (17,2%), pop (12,5%) y country (7,8%). La índice la cierran las canciones cristianas y góspel (1,6%), los temas infantiles (1,3%), la música clásica (0,9%) y el jazz, en última posición con un 0,8%.
¿Y qué pasa con otros formatos? El jazz no solo destaca por la más que discreta incidencia del streaming. Otra de sus peculiaridades es que se mantiene como un reducto de los álbumes físicos. Los datos recogidos por Bloomberg son de nuevo reveladores: si al platicar de R&B y hip-hop la veterano parte del consumo en EEUU se realizaba a través de streaming a la carta (88,6%) y los álbumes físicos representaban el 4,4%, cuando se analiza el jazz la situación es distinta, con un 67,5% de consumo en streaming a demanda y un 23,8% en soportes palpables.
¿La esperanza de los vinilos? Los vinilos representan una de las grandes alegrías del naturaleza. Los cálculos de Luminate muestran que el 6% de todos los discos de este tipo comercializados en 2022 eran grabaciones de jazz. Tanta popularidad tienen que los propios músicos los venden durante sus giras.
Statista muestra además una «fotografía» interesante. Sus datos reflejan que en 2018 el 4,3% de los vinilos despachados en EEUU eran de cantantes o grupos de jazz. El porcentaje queda por debajo del 41,7% del rock o el 25,6% del pop, pero supera con holgura a la música clásica, el country o el reggae y sobre todo supera con creces el 1,1% que acapara el jazz si se analizan álbumes en universal.
¿Y cuáles son las razones? Lo cierto es que el jazz es un naturaleza con sus peculiaridades, no suele asociarse a hits de popularidad efímera y se consume más por discos. Jamie Krents, de Verve and Impulse, reconoce a Bloomberg que hay melómanos que directamente encuentran al jazz intimidante: «Simplemente piensan: ‘No me gusta eso'». Sus aficionados parecen ocurrir tardado en dar el brinco a Spotify o Apple Music, igual que ha ocurrido con otros géneros. «Le llevó tiempo sentirse cómodo con la transición», conviene Dickon Stainer, de Universal.
Imagen de portada: Mick Haupt (Unsplash)
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