La cultura popular nos ha acostumbrado a ver a los grandes simios casi como humanos y no sin razón. Los chimpancés comparten un 96% de ADN con nosotros, una similitud tan cercana que ha llevado a divulgadores como Jared Diamond a calificar al hombre como el «tercer chimpancé», junto con esta misma especie y los bonobos.

Por eso quizá sea normal que el anhelo por vernos reflejados en nuestros parientes más cercanos sea constante, aunque esto no tenga muchas opciones de salir bien, especialmente cuando esa intención pasa por humanizar demasiado a unos seres que han sido extraídos de su hábitat natural.

Oliver fue un chimpancé que durante años recorrió las televisiones estadounidenses e incluso internacionales siendo considerado un «humanzee», el críptico nombre con el que se llama la hipotética hibridación de un ser humano y un gran simio. Pruebas de ADN descartaron este supuesto años más tarde, aunque sin resolver del todo su misterio ni evitar que durante su larga vida hasta su fallecimiento en 2012, Oliver pasara por una retahíla de penurias y encuentros con personas de finalidad ambigua que bien darían para el guion de una película.

Del Congo a los programas de televisión

Se estima que Oliver nació alrededor de 1958 en algún punto de las extensas selvas de lo que hoy es la República Democrática del Congo. El hermano de Frank Berger, un antiguo guía norteamericano en la zona, lo encontró junto con otros dos chimpancés cuando tenían unos meses de edad y lo mandó a los Estados Unidos, donde Berger y su esposa Janet mantenían un centro de entrenamiento para simios que actuaban en espectáculos y películas en New Jersey.

Oliver presentaba desde pequeño un aspecto distinto. Tenías las orejas puntiagudas, una frente más amplia que la de otros especímenes de chimpancé, y la casi inexistencia de vello en su rostro. Sus rasgos llamaron pronto la atención a la familia Berger, que lo apartó del resto de simios para hacer vida con ellos. En 2006 un documental de Discovery Channel recogió el testimonio de Janet, superviviente a la muerte de su marido, que contaba que Oliver, cuando llevaba cuatro o cinco meses con ellos, comenzó a andar de forma completamente erguida, sin apoyarse en sus nudillos, como hacen sus congéneres. 

Los Berger enseñaron a Oliver a realizar distintas tareas humanas como transportar carretillos, fumar delante de la televisión o beber refrescos. Janet, que en el documental afirma estar convencida de que Oliver “era distinto”, fue la única hembra con la que tuvo contacto hasta los 16 años. Y ahí empezaron los problemas para Oliver, que según cuenta la que fue su entrenadora, comenzó a sentirse atraído por ella.

Los Berger decidieron entonces vender a Oliver a un abogado neoyorquino en 1977 que a su vez se lo cedió a Ralph Helfer, un empresario de Chicago que se destacó durante los años 70 con la apertura de varios parques de atracciones con animales. Delfinarios, zoológicos, y espectáculos ambulantes en los que mostraba animales exóticos de los que durante algo más de un lustro Oliver era el cabeza de cartel.

Durante esos años este chimpancé «con rasgos distintos y que era rechazado por el resto de simios por su olor» pasó por programas de televisión como el show de Ed Sullivan, uno de los programas más famosos de la época, y los diarios comenzaron a abrir al público una teoría que habían mantenido alguno de sus propietarios: Oliver tenía que ser un híbrido humano-simio.

Siguiente parada: un laboratorio cosmético y animalistas puestos en entredicho

La popularidad de Oliver fue en aumento hasta que a mitad de la década de los 80 desapareció del mapa. Su propietario, el empresario y divulgador Ralph Helfer, se vio envuelto en una investigación de la Agencia Norteamericana de Agricultura (USDA) tras recibir varias denuncias por las condiciones en las que mantenía sus animales. Acribillado por las deudas, cerró varios de sus parques temáticos y se deshizo del chimpancé.

Nuestro protagonista acabó entonces en las instalaciones de Buckshire Corporation, un laboratorio con sede en Pensilvania que experimentaba con simios productos cosméticos y medicamentos. Allí pasó nueve años, de 1989 a 1998, aunque las pruebas posteriores confirmaron que Oliver nunca sufrió una experimentación invasiva, su estancia como la de otros animales se redujo a una pequeña jaula de la que el primate salió con artritis y varias lesiones por atrofia muscular.

Durante ese tiempo Oliver fue un recuerdo que se guardaba en algunos titulares de la prensa de la época hasta que apareció en esta historia un hombre llamado Wallace Swett quien, presentado como un convencido animalista, había fundado en 1978 un santuario para primates llamado Primarily Primates cerca de San Antonio, en Texas, que se dedicaba a acoger simios que habían sido usados en espectáculos y también en sus inicios en pruebas de la NASA. Tras investigar el paradero de Oliver dio con él y consiguió el visto bueno de Buckshire Corporation para trasladarlo a su reserva.

En San Antonio Oliver pasó sus primeros años en una zona vallada y medianamente amplia, aunque nunca se llegó a juntar con los otros 13 chimpancés que había en las instalaciones debido a que según sus cuidadores estos lo rechazaban. Parecía que Oliver había encontrado por fin un lugar en el que, a sus ya 40 años, descansar y tener una vida más o menos plácida, pero quedaba un último giro en esta historia.

En 2007, la organización animalista PETA comenzó una campaña contra Swett y Primarily Primates después de que se hicieran públicas unas imágenes donde aparecían varios simios enfermos y viviendo hacinados en parte de sus instalaciones. El asunto llegó a los tribunales, que concluyeron que parte de las donaciones recibidas por el santuario no se habían usado en la mejora de la vida animal.

La actuación de Wallace Swett, que también da su testimonio en el documental rodado por Discovery Channel solo un año antes del escándalo, siempre será ambigua. Los juzgados concluyeron eximirle de los delitos pero le apartaron de la dirección del centro y le prohibieron trabajar también como empleado, mientras que los nuevos gestores al cargo salieron en gran medida de parte de la organización que ya trabajaba antes de la denuncia. El centro sigue hoy abierto y funcionando.

La ciencia demostró en dos ocasiones que Oliver no era ningún híbrido

Oliver, poco tiempo antes de morir. Foto: Traci Goudie.

Oliver falleció tras todos estos vaivenes en 2012 una noche mientras dormía, ya casi ciego por la edad y caminando apoyado sobre sus nudillos debido a la artritis que padecía desde sus años en el laboratorio.

La ciencia demostró en dos ocasiones que los titulares y espectáculos que lo presentaban como un híbrido eran falsos. En 1996, un primer análisis de su ADN concluyó que contaba con 48 cromosomas (como los chimpancés, y no 46 como los humanos). Dos años después, otro estudio publicado en la revista American Journal of Physical Anthropology concluyó que el ADN mitocondrial de Oliver coincidía en gran medida con la de los chimpacés centrales (_Pan troglodytes troglodytes_, y en concreto con una estirpe de población muy escasa que vive en Gabón. Este linaje, según recogía el estudio, solo se corresponde con el 2% de los chimpancés censados en cautividad en los Estados Unidos de la época, lo que explicaría que la gran mayoría de simios con los que vivió lo ‘rechazaran’ por su olor.

La única duda que quedó por dilucidar era si su aspecto o su facilidad para caminar erguido (cuyo origen puede ser simplemente el entrenamiento repetido durante su infancia con la familia Berger) se debía a algún tipo de mutación. Nunca se pudo secuenciar su ADN de forma completa debido que Swett no permitió la entrada de investigadores a tomar muestras al santuario de Primarily Primates.

Oliver no fue un híbrido, ¿pero hubo alguna vez alguno?

La historia de Oliver abre a su vez un debate que la cultura popular y la ciencia-ficción ya ha manejado en varias ocasiones. La intención de conseguir un híbrido humano-simio no parece éticamente correcta, y científicamente también parece más irreal que plausible. Sin embargo en los rincones más oscuros de la historia de la ciencia esto se ha intentado alguna ocasión.

Conocidos y documentados son los experimentos de Ilya Ivanovich Ivanov, un científico ruso que durante los años 20 del siglo pasado probó a inseminar con semen humano a una hembra de chimpancé sin resultados. De forma más reciente, el psicólogo de la Univesidad de Albany especializado en comportamiento animal Gordon G. Gallup, y que también tuvo contacto con Oliver, reconoció en una entrevista que el primer híbrido humano-simio se había creado en un laboratorio de Florida en los años 30. 

Según su relato, esto le fue contado por otro profesor universitario que vivió los experimentos, que dieron lugar a un embarazo por inseminación artificial de una chimpancé de la que nació una cría, que acabaría siendo sacrificada unos días después tras el debate moral que se planteó entre los investigadores. Su testimonio no pasaría del de un profesor excéntrico que ha querido tener sus minutos de gloria sino fuera porque Gallup cuenta con un importante prestigio en el mundo del estudio animal gracias a sus experimentos sobre cómo los simios se reconocen a sí mismos en un espejo.

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